El opio es, posiblemente, la droga con más historia y solera sobre la que se puede investigar. Desde la antigüedad has sido estudiada y venerada. Consta como un remedio recomendado para multitud de males desde la edad de Bronce. Ha provocado guerras e intrigas y ha desestabilizado países y esclavizado comunidades. Ha sido objeto de consumo lúdico ilegal. Pero también las grandes industrias farmacéuticas han sintetizado el opio en diversas fórmulas para muchos tratamientos. Fue la droga de las clases adineradas y el refugio de los pobres. El opio es en definitiva un compañero de viaje desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días. Hoy queremos relatarte la historia de esta fascinante sustancia.
El opio en la prehistoria.
Las referencias más antiguas sobre el opio datan de aproximadamente el año 3400 AC. Los antiguos sumerios llamaban a la flor de la adormidera como “la planta de la alegría”. Recientemente se ha confirmado, gracias a los restos de papaverina y tebaína encontrados en un jarrón chipriota datado entre el año 1650 AC y 1350 AC, que el tráfico de opio era habitual en las rutas marítimas mediterráneas. Sobre esas épocas, parece ser que era utilizado también en el antiguo Egipto, en la era de Tutankamon. Los persas lo usaron, y los griegos fueron los primeros en estudiarlo en profundidad.
El opio en occidente.
Ya en nuestra era, hay conocimiento de su uso para fines médicos en la Europa renacentista. Europa descubre el opio gracias a las rutas comerciales desde el imperio Otomano, Persia y el Extremo
Oriente. Paracelso, uno de los mayores exponentes de la alquimia y padre de la Toxicología, inventa el láudano. El láudano era una especie de bálsamo compuesto de opio, beleño, almizcle y ámbar, que con los siglos fue cambiando la receta. Siempre mantuvo el opio como componente principal y tenía la reputación de medicamento milagroso para el tratamiento de dolores.
Ya en los siglos XVI y XVII la receta había cambiado a un formato líquido cuya receta incluía opio, vino de Málaga, azafrán y otros ingredientes exclusivos. Esto convirtió al láudano en una medicina para las clases altas. A principios del siglo XVIII el médico galés John Jones hablaba maravillas de este brebaje, del que decía que obraba maravillas con las mil y una dolencias. Curaba la gota, el catarro, el asma, cólera, sarampión y servía de alivio para todos los dolores. Incluso le atribuía virtudes afrodisíacas. Como puedes imaginar, los primeros adictos serios al opio documentados son de la clase alta, y de esta época. Y esto lleva a la cara más oscura de esta droga. El opio fue utilizado de manera novedosa como elemento desestabilizador, generador de tensiones internacionales y provocador de guerras.
La primera guerra del opio.
Esta es la historia de una estrategia brillante y despreciable. Una historia típica del Imperio británico de la época, únicamente interesado en el dominio económico global. Desde el siglo XVII el Imperio Británico, a través de la Compañía Británica de las Indias Orientales, importaba todo tipo de productos exóticos desde China. Lacas, sedas, porcelanas, y el producto estrella de China, el té, que hacía furor en la población británica. Sin embargo, el comercio con China era bastante peculiar. China era un Imperio muy proteccionista que limitaba enormemente la importación de bienes de otros países, bloqueando todos los puertos para el comercio internacional excepto uno, Cantón.
Además, la única moneda para pagar los bienes chinos era la plata. Esto suponía un desajuste en la balanza de negocios y las economías de todas las potencias occidentales que comerciaban con China. Eso sin olvidar que dichas economías estaban bastante maltrechas por las guerras napoleónicas. La solución vino de parte del Imperio Británico que decidió empezar a pagar sus importaciones con opio. Este opio era producido por los británicos en sus colonias de la India, y sustituyó cada vez más a la plata como moneda de cambio en las transacciones con China. Además provocó un problema mayúsculo de adicción entre la población china. Los ciudadanos chinos empleaban hasta dos tercios de sus ingresos para mantener su adicción. Era tal el problema, que el emperador Daoguang prohibió el consumo e importación del opio, mandando destruir 20.000 cajas de opio incautadas y expulsando a los británicos de China.
El imperio británico contraatacó mandando su flota. Derrotó a los chinos en 1842 y les obligó a firmar un tratado por el cual se abrían más puertos comerciales, se instauraba una figura del cónsul británico y se fijaban tarifas comerciales. Para colmo se obligaba al imperio chino a indemnizar al británico con 6 millones de dólares de plata por la pérdida de los cargamentos de opio. Éxito total. Por cierto: China también tuvo que ceder Hong Kong. Este sitio aún hoy es un drama político y diplomático casi dos siglos después.
Y la segunda guerra del opio.
La verdad es que los británicos no habían quedado del todo satisfechos con su triunfo arrollador en la primera guerra del opio, así que decidieron aprovechar un incidente diplomático anecdótico que en principio no debería haber tenido grandes consecuencias. Acordaron una coalición con los franceses (a los cuales odiaban con toda su alma) y en 1856 la coalición ataca China iniciando la segunda Guerra del opio. China es derrotada en 1858 y negocia un acuerdo provisional con los vencedores por el que se abrían 10 nuevos puertos comerciales, se daba permiso de paso a los extranjeros por gran parte del país y se indemnizaba con unos 8.000 kilos de plata a los invasores.
A la dinastía Quing, gobernantes del Imperio Chino en aquellos tiempos todo esto no les convencía y se negaron a firmar el tratado. Así que la guerra continúa hasta la inevitable derrota de China, que se ve obligada a firmar otro acuerdo aún más humillante que el anterior. Es obligada a reconocer la validez del tratado anterior. Pierde la soberanía de un distrito en Kowloon a manos de los ingleses. Pierde también un par de territorios a manos de los rusos. Indemniza a británicos y franceses con unos 32.000 kilos de plata. Concede a los cristianos derechos civiles y el derecho a evangelizar. Y como humillación final, es obligada a reinstaurar por ley el comercio del opio.
Hay que decir que China tuvo una pequeña victoria moral convirtiéndose en un exportador de opio que generó serios problemas de adicción en Estados Unidos y Europa. Pero eso es otra historia que te contaremos en otra ocasión.